Nada más llegar, nos encontramos rodeados de esas arenas blancas, esas aguas de color turquesa y esa vegetación exuberante. Es la estampa más característica de Isla Mauricia. Un paisaje de tal belleza que resulta difícil describirlo.

Además de disfrutar de la playa y las cálidas temperaturas, aprovechamos para realizar muchas otras actividades. Nos animamos los cinco a hacer un curso de iniciación al buceo que nos resultó súper entretenido. Bajo el mar se encuentran cientos de kilómetros de jardines de coral que parecen sacados de una película.

No quiero que se me olvide hablar de la gastronomía de la isla, que es excelente. En mi familia somos buenos comedores y nos gusta disfrutar de una buena mesa, un menú agradable. Para la noche de Fin de Año, el hotel nos organizó una cena especial, junto a la playa, con música, el sonido de las olas del mar de fondo y la luz de de la luna y velas. Lo pasamos en grande.

Otro de los mejores momentos que viví en este viaje fue disfrutar cada día del atardecer de Isla Mauricio. Para mí la puesta de sol no tiene comparación con ninguna otra.

La oferta hotelera es enorme y tan lujosa, que creo que prácticamente cualquier opción puede resultar acertada. Aunque personalmente el hotel en el que nosotros nos alojamos, el Dinarobin, me encantó. Los alojamientos, distribuidos en bungalows, dan directamente para la playa y se sitúan en un precioso jardín tropical. Su restaurante, con una fusión de cocina francesa y mauritana, es exquisito y el trato personal también inmejorable.


Ana, Sevilla