Si tuviera que definir de alguna manera este país tan maravilloso diría: sus paisajes de película. Y es que son tal y como los vemos con frecuencia en el cine. Impresionantes montañas, valles, ríos, lagos… en esta época del año estaba todo precioso, aunque según nos comentaron, en otras estaciones también merece mucho la pena visitar este fantástico destino.

La naturaleza que tiene Escocia es difícil de encontrar en otros países. Y esto se mezcla con una herencia legendaria que lo hacen todavía más mágico. Conocer su historia, tradiciones, modos de vida… es realmente interesante.

Hay muchísimo que ver en Escocia y se necesitan más días de la semana que nosotros pasamos allí para poder abarcar todo. Pero si tuviera que escoger mis lugares favoritos, recomendaría encarecidamente la visita a los bosques de Galloway Forest Park, el archipiélago de las Orcadas, Port Appin, Skye, Glencoe y las islas de Lismore y Mull.

Y cómo no, hay que dedicar al menos un par de días a recorrer Edimburgo. Perderse por la gran Royal Mile, subir al Castillo de Edimburgo a través de la colina Castle Hill, acercarse al Palacio de Hoyroodhouse, disfrutar de las impresionantes vistas de la ciudad desde el Monumento a Scott, visitar el famoso buque de la Royal Yacht Britannia y pasear por la bella aldea Dean Village a orillas del río Water of Leith, son para mí las paradas obligatorias en la capital escocesa.

Tampoco quiero dejar de nombrar la enorme oferta hotelera que hay en el país. Mi pareja ya había cerrado a través de IEST los alojamientos durante nuestro viaje y ninguno nos defraudó. Hay muchos castillos de película reconvertidos en hoteles de lujo donde tuvimos la sensación de habernos tele-transportado a otra época. Mucha historia, con detalles muy cuidados y con todo tipo de opciones para pasar veladas románticas en pareja después de una jornada intensa de turismo.